En educación tenemos que diferenciar entre dos conceptos: aprendizaje y desarrollo. Desafortunadamente pensamos muy poco en el desarrollo. El MEN sigue hablando de “años académicos” y de “áreas del conocimiento”, desconociendo la integralidad. Con base en estos criterios, evalúa a los niños y a los profesores. Así se aprueban los años y así se ingresa a la universidad.
Sigue creyendo que la función de la educación es la de transmitir informaciones y, al hacerlo, deja de lado lo esencial: el desarrollo del pensamiento, la lectura contextual y crítica, la escritura y la comprensión de sí mismo, los otros y el contexto. Los padres indagan qué tantas informaciones les enseñan los profesores a sus hijos e hijas, cuántas tareas les ponen y la cantidad de cuadernos que llenan. Los docentes afirman con frecuencia que no van a alcanzar a ver “todo el programa”, sin darse cuenta de lo absurda que es esa expresión para referirse a la educación de seres humanos. Quienes realmente deberían repensar su labor son estos docentes, porque siguen creyendo que su papel es enseñar contenidos independientemente de lo que aprendan los estudiantes.
Todo el sistema gira en torno a la transmisión de informaciones. Estamos demasiado preocupados porque los niños aprendan algoritmos, gramática, ortografía, historia, ciencias naturales y geografía. El problema grave es que, por pretender alcanzar ese propósito, hemos descuidado lo esencial: los jóvenes no aprenden a trabajar en equipo, comprender a los otros, construir sus proyectos de vida, argumentar, escribir, leer y deducir. Nos pasó algo similar a lo que les sucedió a los economistas: nos olvidamos de las personas, descuidamos sus capacidades y abandonamos el desarrollo integral. Por esta razón, los jóvenes no consolidan su autonomía ni su pensamiento complejo en la escuela, no se vuelven más empáticos ni resilientes. La educación sigue enfrascada en un paradigma equivocado: enseñar contenidos particulares, datos e información. Al hacerlo, se olvidó del desarrollo humano. Los contenidos que hemos producido a lo largo de la historia gracias al desarrollo cultural y que deberían ser un valioso insumo para alcanzar el desarrollo humano integral, se han convertido en el principal fin del sistema educativo y se han transformado simplemente en acumulación de información.
A los economistas los árboles no les dejaron ver el bosque. Al MEN le pasó algo muy similar, no se ha dado cuenta de que el aprendizaje no debería ser el fin de la educación, sino el medio para consolidar el pensamiento, la convivencia y la comunicación asertiva en diversos contextos. El propósito de la educación debería ser el desarrollo humano integral ¡Necesitamos una educación a Escala Humana!