¿Qué se entiende por un niño con talento?

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La excepcionalidad es plural. Hay individuos talentosos en un campo de la vida —la comprensión, la sensibilidad o la actuación—, pero en otro no; habilidosos en un campo de la cultura, pero en otros no. Son individuos con mayores destrezas para escribir o componer, para jugar con las matemáticas o para encontrar aplicaciones de la ciencia al mundo cotidiano, entre otros. Son personas con intereses y motivaciones muy poderosos en un determinado ámbito de la cultura o de la vida; poseen intereses y aptitudes específicas, y en ellas pueden desempeñarse excelentemente.

Desde hace muchos años, el tema de la excepcionalidad se ha visto rodeado de una inmensa cantidad y variedad de mitos. Por ejemplo, hasta comienzos del siglo se creyó que eran zurdos, bajitos, insalubres e inestables emocionalmente. Sin embargo, un estudio elaborado por Lewis Terman, quien siguió durante 1921 y 1959 a una población de cerca de dos mil jóvenes norteamericanos de capacidades intelectuales excepcionales, desmintió dicha creencia popular. Terman halló que dichos jóvenes eran sanos física y emocionalmente, además de tener mayor éxito en su vida académica, emocional y profesional que aquellos de capacidades intelectuales promedio.

Otros mitos sobre la niñez de capacidad excepcional han cobrado fuerza recientemente, y desde muy distintos frentes. Las versiones comerciales, en especial de la TV norteamericana, presentan prototipos como el “Pequeño Adams” (un niño que en pantalla demostraba tener un número muy alto de conocimientos particulares e insustanciales y debido a ello daba respuesta a todo tipo de inquietudes, por estrambóticas que fueran). En los años 90 surge Lisa Simpson, una niña de ocho años, con un C.I. de 156, y que sin embargo es rechazada sistemáticamente por su familia y sus compañeros.

Según estas versiones, los niños de capacidades excepcionales tienen anteojos, son poco atractivos, huraños, arrogantes, “comelibros” y dedicados todo el tiempo al estudio. Por ende, suele suponerse que sean malos deportistas y pésimos en sus interacciones sociales; en resumen, adultos con cuerpo y cara de niños; es decir, niños que pierden su infancia.

Pese a todo lo anterior, estos mitos son precisamente eso: mitos. Carecen de bases científicas, de conocimiento, de seguimiento y de soporte acerca del tema de la excepcionalidad.

Contrario a lo que se cree, los niños de capacidades excepcionales juegan, y cantan; se divierten, ríen, comen paleta, cuentan chistes, hacen deporte y toman del pelo, como cualquier otro niño. Además de ser, desde muy tempranas edades, líderes afectivos y sociales, suelen ser despiertos y especialmente simpáticos y divertidos. Como cualquier otro niño, prefieren las vacaciones y gozan cuando sus profesores se enferman, tal y como le ocurre a Mafalda, el maravilloso personaje de Quino. Lo que sucede es que estos niños cuentan con altos niveles de intensidad en las actividades que desarrollan; sean estas académicas, lúdicas, deportivas o sociales.

Cuando juegan, se entregan por entero a su juego, empeñándose en que éste resulte una experiencia vital. Así mismo cantan, estudian, aman, sufren, se divierten y molestan: siempre a un ritmo superior. Pareciera como si el tiempo no fuera suficiente para lo que tienen que vivir; como si nuestros minutos fueran para ellos segundos.

Es claro entonces que estos niños tienen niveles altos de energía motriz, intelectual, imaginativa y emocional: Por eso se afirma que son sobreexcitados, a la hora de preguntar, pensar, imaginar, sentir y actuar. Viven como si cada día fuera el último o como si todo partido de fútbol fuera la final del campeonato mundial profesional.

Los niños de capacidades excepcionales son así: intensos, reflexivos, comprometidos y apasionados, deseosos de conocer, de preguntar, de descubrir y de inventar, ya que disponen de una fuerte energía que les hace vivir a un ritmo superior.

Es precisamente por eso que es poco menos que una insensatez el pensar que los niños de capacidades excepcionales no son niños. Todo lo contrario. Viven su niñez más intensamente y, debido a ello, asumen preguntas, posturas, actitudes y preocupaciones mucho más temprano que otros niños.

Resumiendo, no son niños adultos; son doblemente niños. Y por eso merecen nuestra atención de adultos.