¿Existe una o múltiples inteligencias?

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Durante la mayor parte del Siglo XX la respuesta a la inquietud anterior se resolvía de una manera bastante diferente a como se responde en la actualidad.

Se suponía que detrás de todo proceso propiamente humano estaba la capacidad para dirigir, adaptarnos y criticar, como decía Binet. Esta capacidad se entendía que era de tipo general y estaría presente en todos los individuos y en todas las situaciones y contextos.

De esta forma, la inteligencia se entendía como la capacidad para inteligir e interpretar la realidad y debido a ello, era la capacidad que favorecía nuestros procesos adaptativos. Bajo esta perspectiva, la utilizaba el maestro al explicar, el estudiante al aprender, el escritor, el pintor, el artista, el ciudadano, el deportista, el gobernante y el científico.

Era una capacidad unitaria, se escribía en singular, era estable, fundamentalmente heredada y utilizada en los múltiples procesos y actividades humanas requeridas para pensar y adaptarnos al mundo.

La interpretación anterior se remontaba siglos atrás, cuando el propio San Agustín afirmaba que la inteligencia era el principal autor y motor del universo y la que en mayor medida nos permitiría alcanzar la sabiduría.

La anterior conceptualización de la inteligencia, fue seriamente discutida desde fines del siglo pasado, en particular en las dos últimas décadas, por los principales representantes de la psicología contemporánea, en especial por Gardner; Feuerstein y Sternberg.

Gardner postuló la existencia de múltiples inteligencias, valoradas de manera diferente por las sociedades y culturas humanas. Para llegar a ello, resaltó la naturaleza cultural de la inteligencia, señalando empírica y neurológicamente que tanto los problemas a resolver por los seres humanos como las habilidades requeridas para enfrentarlos estaban determinados culturalmente.

Es por ello que considera que no podrían existir pruebas universales de inteligencia, dado que ellas no se corresponderían con las múltiples habilidades cognitivas humanas ni con los diversos contextos. Con base en estudios neurofisiológicos, Gardner sustenta la flexibilidad y plasticidad de las capacidades humanas y encuentra evidencias de la multiplicidad de capacidades, destacando entre ellas, especialmente siete: lingüísticas, lógico matemáticas, intrapersonales, interpersonales, espaciales, musicales y corporales.

Sternberg postulará una visión diversa, aunque no múltiple de la inteligencia. Desde la perspectiva del procesamiento de la información, Sternberg encuentra tres tipos de inteligencias: la analítica, la práctica y la creativa, y establece que el éxito en la vida estará asociado a los niveles de equilibrio que muestren y no a la presencia destacada de alguna de ellas.

La inteligencia analítica es la que ha sido denominada históricamente como inteligencia y está asociada fundamentalmente a los procesos de análisis y de procesamiento de la información.

Este tipo de inteligencia es el más exigido y atendido por la escuela y se expresa principalmente en las habilidades para analizar, evaluar y establecer juicios y comparaciones, dando sustento al pensamiento lógico y convergente. La inteligencia creativa es prácticamente desconocida para la escuela regular y ella se expresa en habilidades de invención, descubrimiento e innovación, dando sustento al pensamiento divergente.

Y la inteligencia práctica, esencial para obtener éxito en la vida, se expresa en los procesos de adaptación a contextos cotidianos y en las habilidades de aplicación, implementación, ejecución y utilización. Esta última es la más contextualizada y determinada histórica y culturalmente.

Feuerstein, por su parte, reivindica la modificabilidad como la característica esencial de la inteligencia humana. Para él, la modificabilidad es la característica por excelencia de la inteligencia; es el carácter de los caracteres, el único permanente. En este sentido, el ser humano es un ser impredecible ya que siempre será posible modificar la ruta prevista de su desarrollo; a cualquier edad, en cualquier tiempo e independientemente de la condición que haya originado la debilidad cognoscitiva presente. La condición para que ello se presente será la existencia de mediadores de la cultura como los padres y los profesores, los cuales se interponen entre los estímulos y los sujetos para garantizar la modificación de tipo estructural.

Como puede verse, hoy en día existiría mayor consenso con las visiones diversas, relativas, contextualizadas y variables de la inteligencia.

En este sentido, parece muy pertinente recoger la formulación realizada hace más de cincuenta años por Henry Wallon, quien sostenía que había que caracterizar al ser humano en tres dimensiones: cognitiva, socioafectiva y praxiológica. La primera dimensión estaría ligada con el conocimiento, la segunda con el afecto y los sentimientos; y la última, con la práctica. En un lenguaje cotidiano diríamos que el ser humano piensa,

ama y actúa, o que está constituido por el cerebro, el corazón y los músculos.

Desde esta perspectiva, parece bastante adecuado hablar de tres tipos de inteligencias: una analítica, otra práctica y la otra socioafectiva. Cada una de ellas relativamente independientes y autónoma entre sí, como podría verificarlo todo aquel que reconoce la existencia de personas muy capaces para el análisis, la interpretación y la lectura, pero muy torpes en la vida cotidiana o el manejo de los contextos socioafectivos. ¿Conoce acaso usted a alguien muy brillante a nivel cognitivo, pero con serias limitaciones en su vida afectiva, social y emocional? ¿O conoce alguien muy brillante analíticamente, pero con indudables limitaciones para resolver problemas cotidianos ligados con el manejo del dinero, los cronogramas, e incluso, su propio tiempo?

En consecuencia, hoy por hoy no debería hablarse de una sola inteligencia, sino de tres: analítica o cognitiva, sensible afectiva, personal o valorativa y finalmente, una inteligencia práctica.

Para comprender esta última diferencia, resulta muy pertinente una breve cita de un libro anterior en el que retomo una muy curiosa anécdota reseñada por Sternberg:

Sternberg (1996) cuenta que Jack –quien se considera el más listo de la clase– se divierte burlándose de su compañero Irvin, a quien ha identificado como el más estúpido del salón. Cada vez que se encuentran, Jack le plantea el mismo problema a Irvin: “¡Hola, Irvin! Aquí hay dos monedas. Coge la que quieras. Es tuya”. Tras observar las monedas –una de cinco centavos, que es más grande, y otra de diez–, Irvin escoge siempre la de cinco, para alegría de Jack. Un adulto que ha estado observando la escena se acerca a Irvin para indicarle que, aun cuando la moneda de diez sea más pequeña, tiene mayor valor que la de cinco.

“–¡Ya lo sé!— responde Irvin. —Pero si cogiera la de diez, Jack nunca volvería a pedirme que eligiera entre las dos monedas. En cambio, así seguirá pidiéndome una y otra vez. Ya he conseguido más de un dólar de él sin otra cosa que hacer que elegir la moneda de cinco centavos” (Sternberg citado por De Zubiría, 2002)

Para profundizar: El comportamiento de un niño se puede deber a un estilo de inteligencia diferente.